El Ultimo Tratante

Homenaje al Ultimo Tratante
ANTONIO MORALEDA

Esta es una entrevista realizada en el mes de mayo de este mismo año y fué publicada en el periódico "El Tio Camuñas"



- “Sentaros aquí, una a cada lado.....”

Así comenzó nuestra tarde, en compañía de ANTONIO MORALEDA, un camuñero nacido en el año 1921.

Empezó contándonos que a los siete años ya trabajaba como agricultor y “trillaor” junto a su padre, por ser el mayor de todos los hermanos. De esta forma a los dieciocho años contaba con el título de “ingeniero agrónoma”.

Nos señala el hecho de que en aquellos años dichos trabajos eran muy duros, ya que la única maquinaria que había funcionaba a base de “motores de sangre”.

- Pero, Antonio – le preguntamos – hemos oído hablar sobre otra ocupación distinta a la que nos cuentas, algo relacionado con la “trata de mulas...”

Nos contestó con una sonrisa, tal vez, porque esta tarea le entusiasmaba, y dando rienda suelta a su memoria comenzó a contarnos cuándo y cómo empezó todo.

Acabada la guerra decidió dedicarse a la compra-venta (trata) de mulas, gracias a ello tuvo la oportunidad de conocer mundo, ya que viajaba a ferias de ganado en Andalucía y Extremadura (entre otros muchos lugares), con el fin de adquirir mulas de 3 ó 4 años y después venderlas a los agricultores del pueblo. Para su transporte utilizaba el tren, pero si viajaba a los pueblos cercanos, lo hacía a pie.

Una mula costaba una media de 14.000 ptas., subiendo a 30.000 ptas., en los últimos años. No obstante nos dijo que la última mula que vendió lo hizo por unas ¡¡ 115.000 ptas !!....hace más o menos 20 años.

Para estipular el precio de la mula tenía en cuenta una serie de detalles, tales como:

- la dentadura, por ésta podía averiguar la edad aproximada del animal.

- la altura, medía la mula utilizando un metro (que aún conserva) que colocaba desde el casco hasta la cruz (lomo). Este metro constaba de una medida base (1,47 cm.), y a partir de esta medida aparecen unas señales que equivalen a “dedos”, y esto es lo que definía la altura de la mula.

Mientras nos contaba todo esto, nos enseñaba su particular “museo”, en el cual conserva todos los utensilios que utilizaba en su trabajo, entre ellos se encuentra un “lacial” (colocaban el morro del animal dentro de este utensilio y apretaban), se utilizaba cuando tenían que curar a la mula, así se estaba quieta.... era, como una antigua anestesia, según dice Antonio; también nos mostró tijeras, garrote, bozales, cabestro, junco, etc.


Pero en su trabajo llegaron las “vacas flacas”, y las nuevas tecnologías dieron lugar al fin de un antiguo oficio. Sucedía allá por los años 70, cuando se vio obligado a dejar de ser “tratante de mulas” porque llegaron los primeros tractores al pueblo. No obstante algunos agricultores se resistían a ello, y Antonio pudo seguir subsistiendo gracias a la venta de mulas de “segunda mano”, ya que nos asegura que era su hobby.

Y para nuestra sorpresa descubrimos que las mulas “tenían papeles”. Nos cuenta Antonio que cuando la mula cambiaba de dueño, el veterinario tenía que certificar cosas como la edad, la dentadura, el color de piel, etc.

Toda esta andadura la comenzó junto a su padre, luego continuo en solitario para más tarde crear “una sociedad” junto con un vecino de Madridejos.

Después de una entrañable tarde con Antonio pudimos corroborar lo que él en algún momento de la entrevista nos dijo: “lo único que tengo bien es la azotea y la lengüeta”; y pese a su deterioro en las manos “aún manejo bien la pala y el rastrillo”, refiriéndose a la cuchara y el tenedor.

Como habéis podido observar, Antonio utiliza un vocabulario muy particular, con lo que nos hizo reír, y nos demostró que aún nos queda mucho por aprender.

ANTONIO QUE SIGAS ASÍ, CON ESA MEMORIA Y LENGÜETA DURANTE MUCHOS AÑOS MÁS.



A.C.C. – A.A.C – F.S.S.

Gracias por tu aportación. Sin duda es un merecido homenaje a un gran hombre.

Fué no solo una gran persona para su familia, sino para todos aquellos que tuvimos la suerte de conocerlo.